domingo, 30 de octubre de 2016

Castaños y cernícalos

El Otoño siempre se hace de rogar por estos lares, pero cuando al fin se digna a aparecer lo hace de forma tan espectacular que no puedes reprocharle nada. 

Podría resumirlo en cómo suena la lluvia bajo los castaños. 

Lo anuncian los calendarios, la televisión, los catálogos, pero hay un instante preciso en el que sabes que está sucediendo, que Octubre no es ningún cuento, o todo lo contrario: Octubre es un cuento y lo ves cobrar vida ante tus ojos. Y para mí ese instante tuvo lugar entre los castaños del Valle del Genal.


 




Fuimos a pasar un fin de semana en familia a Parauta, un pueblo precioso y tranquilo donde, si por mí fuera, aun seguiría sentada bajo un castaño viendo caer las hojas. Cuando estoy en plena naturaleza soy como un gato: todo me sorprende, todo me llama la atención. Siempre hay pájaros que identificar, bellotas que recoger, nubes que observar, hojas que prensar... También soy como un gato porque me quedo quieta y absorta y cuando Amorcito quiere darse cuenta ya ha avanzado un trecho y me ha dejado muy atrás, la mar de interesada en lo mío. 

Nos alojamos en una casa preciosa de la que, miratupordónde, apenas tengo fotos, pero por lo que he podido ver las casas bonitas son otra de las cosas que abundan allí, así que si os decidís a pasar unos días en el Valle del Genal no os resultará difícil encontrar un rinconcito acogedor donde encender la chimenea al caer la noche. La nuestra tenía el añadido de contar con el sello del artista local Diego Guerrero, por lo que en cada rincón podías encontrar esculturas suyas talladas en madera de la zona, así como dibujos y cuadros de otros artistas. Yo ya me imaginaba viviendo allí, con un gato llamado Ernesto y todo.





A veces me gusta llevar a algún pequeño compañero de aventuras conmigo, y en esta ocasión fue Bellotita, que aprovechó uno de nuestros paseos para buscar un gorrito a su medida.







Una de las cosas que más me gusta hacer cuando voy por aquellos parajes es, como he dicho más arriba, estar atenta a los pájaros que revolotean entre los árboles. Cada paisaje tiene sus aves, y viniendo de otro valle diferente me parece toda una novedad ver reyezuelos y petirrojos saltando de rama en rama a pocos metros de mí como si tal cosa. Me encantan aprender sobre pájaros y cada vez me apetece más incorporarlos a las piezas que hago. Acabo de terminar un cormorán para decorar mi saloncito, tengo por ahí unas ilustraciones textiles de aves marinas esperando a ser montadas en condiciones y hace poco bordé este cernícalo vulgar para el pequeño Samir.




Nunca deja de sorprenderme cómo, a pesar de ser yo la que hace los muñecos de principio a fin, ellos acaban escogiendo su propia personalidad. Tenía otro nombre pensado para él, quizá hasta otra historia, pero una vez que estuvo terminado se convirtió en Samir, un muchacho que vive en una colina donde no hay árboles pero sí montones de arbustos perfumados y aves que él conoce a la perfección.




Mis muñecos también se divierten poniéndome a prueba: tenía en mente que el-chico-posteriormente-conocido-como-Samir tuviera unos bonitos bucles de lana, pero cuando eché un vistazo a mi provisión de ovillos me encontré con que ninguno me convencía, así que me puse a buscar alternativas y acabé probando con una cinta al biés plisada por toda su cabecita, ¡y me encanta el resultado!




Mañana es Halloween, y en esta casa eso significa que va a ser un día lleno de preparativos, olor a calabaza, velas encendidas, ambiente festivo y un montón de caramelos esperando a ser repartidos. Ya tengo lista casi toda la decoración, a falta de un par de detalles. Este año he querido hacerla más estacional, y he cosido unas cuantas calabacitas decoradas con ramitas de pino y álamo; son sencillísimas de hacer y muy resultonas.




Y vosotros, ¿qué planes de Otoño tenéis? Como quiera que lo celebréis, ¡feliz puente de Todos los Santos! 

.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Verano rosa

Si pienso en este verano que se acaba en apenas unas horas, el color que me viene a la mente es el rosa. No porque haya sido un verano idílico ni mucho menos. Ha sido raro, denso. Pero a veces hace falta un poco de actitud, de tomárselo con calma y hacer una cosa por vez, de darle una manita de pintura a la situación, y yo he escogido el rosa.






1.Terele Tetera 2. Página de un fanzine/diario que he estado haciendo este verano, 3. Susan y Julia, que me han acompañado todo el verano (junto a mi querida Patricia, que fue quien me las presentó), 4. Rosa 5. Tesoro que encontré en una tienda de segunda mano


También ha tenido sus momentos emocionantes, no creáis. A principios de septiembre tuve la oportunidad de participar en la muestra de arte Barrunto, algo que me hacía mucha ilusión no solo por el evento en sí, sino porque se celebraba en mi ciudad, en Cádiz. Cada uno de los bancos de la Plaza de Mina fue ocupado, decorado, reconvertido en expositor por un artista, y en el centro de la plaza hubo música, danza, lectura de poemas... Arte en la calle era el lema, y no podía ser más acertado. Fue muy especial poder mostrar lo que hago allí por primera vez, y que a lo largo del día desfilaran por delante de mi banco, el número ochenta y cinco, familiares, amigos y amables desconocidos que no imaginan cuánto se agradece que se acerquen para comentar que les gusta lo que haces. Si fuiste uno de ellos, te llevaste una tarjeta y ahora estás de paso por aquí, GRACIAS.





Quise preparar una pieza especial para exponer y la historia de las Hermanas Sicur me venía que ni pintada: cursis y de Cádiz. Aun no he encontrado el momento de hacerle una foto decente al bordado ya terminado, así que queda pendiente. Disfruté muchísimo imaginando cada detalle y me enamoré un poco más del arte de bordar.





El otoño está llamando a la puerta, y yo espero que me traiga un poco de aire fresco y pequeños nuevos comienzos. Retomar el blog es uno de mis objetivos, y os agradezco muchísimo vuestras palabras de ánimo en mi anterior entrada, significan mucho para mí.




Nos vemos pronto. Feliz equinoccio de Otoño.

sábado, 6 de agosto de 2016

Con palabras o sin ellas

Me gusta escribir. Me encanta escribir. La mayor parte del tiempo escribo en mi cabeza, porque no siempre tengo ocasión de pasar mis redacciones mentales al papel. Muchas otras veces escribo con bolígrafo cosas que solo leo yo. Y me gustaría escribir más aquí; es un despropósito tener un blog y no escribir en él. El problema es que no siempre es el momento ni el lugar para escribir lo que me ronda la cabeza, y hago borradores que pospongo una y otra vez y llevo sin publicar nada desde Junio. No me gusta, aunque no sea una obligación. Una de las diversiones que te reporta el hacer cosas es compartirlas con los demás. El otro día me escribió una chica para decirme que le había gustado tanto lo que hago que le habían entrado muchas ganas de crear, y eso es maravilloso. Hay gente ahí fuera cosiendo, pintando, dibujando, escribiendo, gente con la que no he hablado nunca y que ha hecho muchísimo por mí solo con compartir su trabajo, y me hace muy feliz pensar que yo pueda hacer sentir aunque sea un diez por ciento de eso a otra persona en algún lugar del mundo.

Pero debo reconocer que las redes sociales me agotan. La sensación de estar expuesta, disponible de forma abierta y continua me saca de mi centro, si es que tengo alguno. Estas últimas semanas he tenido el teléfono apagado prácticamente todo el tiempo; he cambiado los posts por los libros, y los mensajes por cartas de las que llevan sobre y sello. No son incompatibles, pero para mí han sido una especie de liberación. Cerrar el libro, cerrar el sobre. Cerrar sin más. 

Intentaré seguir viniendo a menudo, aunque sea con pocas palabras o con ninguna.

Esto es parte de lo que he estado haciendo últimamente.

















¡Feliz Agosto!


miércoles, 22 de junio de 2016

Puntadas

Hace poco pasé unos días en Villa Progenitores cuidando de Bandi y Chico, y entre salir de paseo, tirar pelotas, rascar barrigas y repartir besitos de forma equitativa para que ninguno se pusiera celoso, conseguí escaparme a mi antiguo cuarto y viajar atrás en el tiempo para retomar lo que hacía antes de que os escribiera desde este ordenador, esta mesa y esta mecedora: coser en mi cama.




No soy la persona más organizada del mundo, y cuando empecé con esto de coser mi dormitorio tardó poco en convertirse en un almacén en el que había que esquivar cajas y bolsas llenas de materiales para conseguir llegar hasta la cama donde, para disgusto de mi espalda, pasaba las horas inventando. Cosa que me hacía muy feliz, como se puede apreciar en esta foto que hizo mi hermano y que ahora decora la pared de mi taller actual.



Con Amelia, que tuvo el valor de entrar y la suerte de lograr salir.


Una vez trasladados casi todos los trastos a la casita marrón, el dormitorio volvió a ser el lugar despejado, tranquilo y luminoso de antaño. Aun queda una cajonera que debería traerme al taller, pero el hecho de que esté allí sola, alejada de todo lo relacionado con la costura, tiene un efecto mágico sobre mí: retales que he tenido desde el principio de los tiempos me sorprenden como si los viera por primera vez, y los cajones tantas veces revueltos, ordenados y vueltos a desordenar han creado sus propias mezclas de colores y estampados, ¡es como una fiesta! Y una fiesta de hilo y aguja acomodada en la colcha de flores es lo que me propuse hacer.  






Como os contaba en la entrada anterior, me encanta improvisar con los materiales que tenga a mano, juntar unos cuantos trozos de tela y que las ideas comiencen a formarse y a flotar alrededor de mí como si fueran pompitas de jabón. Hice algunos cuadritos que espero completar y unir para...aun no lo sé. Siento que en algún punto me he visto atrapada en la idea de "tengo que ser fiel al mismo patrón hasta el fin de mis días y usar únicamente lino recién tejido a mano por monjas mancas y ciegas que viven en la montaña y limitarme a la gama de colores del mármol". Que está muy bien, pero me temo que no es para mí. Estoy redescubriendo en placer de aflojarme el corsé y disfrutar el proceso de creación como un fin mismo, no como un medio planificado al milímetro. Estoy recuperando todo tipo de telas, abriendo cajas y viéndole posibilidades a cada material. Y me lo estoy pasando muy bien.


Otra cosa que he hecho con los retalitos y las bobinas de hilo que encontré fue este cartel. Desde que leí sobre el craftivismo hace tiempo he tenido ganas de usar el bordado para decir algo, y decidí empezar con algo pequeñito en el parque donde pasean Bandi y Chico. Es un lugar muy bonito con un riachuelo donde florecen las pervincas, un estanque que por las noches se convierte en un concierto de ranas y montones de árboles que albergan jilgueros, mirlos, tórtolas y cotorras argentinas. Pero a la gente no debe de parecerle tan importante todo esto porque se empeñan en dejar su basura día sí, día también, y no tienen ningún pudor en terminar su cerveza y arrojar la botella al riachuelo. No tengo demasiada fe en que personas capaces de hacer eso se conmuevan con un simple cartelito bordado, pero nunca está de más hacer un pequeño recordatorio. Y los operarios deben de estar de acuerdo porque de momento no lo han retirado.






Estoy cosiendo nuevas muñecas que espero enseñaros pronto; la que habéis visto arriba del todo ya está terminada, ¡saludad a Eunice!





¡Feliz recién estrenado Verano!


sábado, 7 de mayo de 2016

Braulio y yo

La última vez que estuve en Cádiz fui a la playa con Braulio, el ratoncito buscador de conchas. Nos levantamos temprano para poder explorar las rocas que la marea baja deja al descubierto y que albergan montones de pequeñas y fascinantes pocitas. La bajamar es una de mis cosas preferidas del mundo, podría pasarme horas saltando de roca en roca y asomándome a observar los mundos submarinos en miniatura que se forman entre ellas.




Hicimos un par de amigos marinos y les echamos una mano trasladándolos cuidadosamente desde las rocas donde se habían quedado varados hasta la poza más cercana. Fue mágico ver cómo, al sumergirse en el agua de nuevo, cambiaban su aspecto extraño y viscoso por unas figuras de vivos colores que se movían elegantemente. Supongo que nos pasa a todos, que mostramos nuestro verdadero brillo cuando estamos en nuestro elemento.




¿Sabíais que las estrellas de mar son capaces de regenerar los brazos que pierden? Ésta era la primera estrella de mar que veía de cerca y no estuve segura hasta que la vi sumergida y pude apreciar sus cuatro nuevos bracitos. La foto no hace justicia a sus bonitas espinas azules, ni tampoco a los tonos verdes y rosas de esta anémona u ortiga de mar, ¡son hipnóticas!




Tras despedirnos, Braulio y yo proseguimos nuestra pequeña excursión rodeados de cangrejos ermitaños, cormoranes que secaban sus alas al viento y misteriosos crujidos y chapoteos. Y de repente, un destello azul: ¡un tesoro! Este botón del mismísimo color que el gorrito de Braulio debía de llevar años y años surcando los mares, a juzgar por su aspecto. Me encanta el azul, me encantan los botones y me encantan los tesoros marinos, así que podéis imaginaros lo feliz que me hizo el hallazgo.






También hubo tiempo pasa coser un poco. En ese momento estaba terminando de leer El rumor del oleaje de Yukio Mishima y me animé a bordar una frase que me gustó especialmente. A veces, cuando paso unos días fuera, me gusta llenar una bolsita con algunos retales e hilos y tratar de improvisar algo con lo que tenga; es una buena forma de ejercitar la creatividad y de calmar mi mente y mis manos inquietas en los ratos en que no ando explorando por ahí.




Tengo que hacerle una visita al mar pronto, quizá cuando pasen estos días de lluvia. Seguro que Braulio se apunta sin dudarlo.


¡Feliz fin de semana!